jueves, 3 de diciembre de 2009

SOBRE EL COMPROMISO
Por Eduardo Garza Cuellar
El compromiso es un tema que nos preocupa crecientemente. Hablamos de compromisos en las escuelas, en la familia, en las instituciones privadas y públicas, en la pareja. Y es que de alguna manera nos reconocemos en una sociedad especialmente necesitada de gente comprometida. Además tenemos la intuición profunda de que - más allá del apellido, el lugar de nacimiento o la actividad profesional- la verdadera identidad de un hombre se constituye por sus compromisos fundamentales.
La historia del ser humano es la de las respuestas que ha dado a la pregunta ¿quién soy? Y hoy podemos decir a un hombre históricamente obsesionado por su identidad, que más que identificarse con lo que tiene, “ con quien anda”, con su pensamiento o su inconsciente, puede encontrarse a sí mismo en sus compromisos de raíz, en aquello que realiza con pasión y con entrega; el hombre es fundamentalmente lo que ama.
Y frente a esta propuesta es tan difícil evadirnos como mantenernos indiferentes. Porque hablar de compromisos de ser lo que se ama, pone de alguna manera entre paréntesis nuestra palabra y apunta necesariamente a nuestra acción.
El terreno del compromiso es el de la congruencia. Ahí, quien dice trabajar por su familia debe de poder probarlo con hechos: con tiempo, flexibilidad, talento y energía para su familia; y quien se dice ejecutivo, creyente, mexicano, casado o profesor no puede vivir como si no lo fuera. El compromiso todo cuestiona y todo pone en evidencia: nos recuerda “donde está nuestro tesoro (generosidad, tiempo, recursos) está nuestro corazón”.
El compromiso reta al discurso cuestiona cada una de las palabras y expresiones. Frente a él, todo decir pierde relevancia si no está fundamentado en el actuar.
Más aún, el compromiso es tan celoso que se vuelve inevitable. Esto significa que si no nos comprometemos de manera libre y consciente con aquello que nos convence, a la vuelta de los años nos descubrimos inconscientemente comprometidos -esclavos- de lo que hacemos, aunque no hayamos optado por ello libremente.
Aún quien paraliza su vida por miedo al compromiso -y a la libertad- termina paradójicamente comprometido, esclavizado por su propia indefinición. Por eso se dice que quien no vive como piensa termina pensando como vive.
Existen pues dos clases de compromiso: uno proactivo y consciente que se traduce para quien lo adquiere en realización y libertad y otro accidental, reactivo, que nos condena a la indecisión, la falta de libertad y la tibieza.
Y el hombre -que se define por sus compromisos- se contagia profundamente de cualquiera: tanto de lo que hace como de lo que quiere o deja de hacer, por eso el tiempo y el trabajo marcan al hombre con el carácter.
Pero sólo el compromiso consciente, vivido, nos premia con la auténtica libertad y la realización; con la posibilidad de creer y de aprender de cada acto (incluidos los aparentes fracasos), con la de salir de la masa y de la enajenación realizando el proyecto que somos nosotros mismos.

LOS COMPROMISOS FUNDAMENTALES

Por pertenecer al ámbito de la libertad, el compromiso toma un matiz estrictamente personal. Sin embargo es posible descubrir en la vivencia de las personas comprometidas libremente descubrimientos sorprendentemente análogos.
Estas personas suelen comprometerse:
1.- CON SU ACTIVIDAD, entendida como misión que se busca cumplir en la vida, como un llamado personal de la historia a la creatividad y la innovación. Este primer renglón incluye sólo la posibilidad de “hacer lo que quiero” y descubro como deseable para mi persona, sino también la de “querer lo que hago” en las situaciones en que mi libertad externa se ve limitada por la realidad.
2.- CON LAS PERSONAS QUE AMA. Su pareja, sus hijos, sus amigos, sus alumnos, su familia - sabiendo que la manifestación fundamental de cariño hacia ellos se da en términos de compromiso, más que de emotividad o discurso.
3.- CON SU COMUNIDAD. Entendida como el entorno social del que cada quien procede y que reclama correspondencia a los beneficios que nos lega. El compromiso en este ámbito se traduce en el sentimiento de obligación de “heredar una sociedad - condiciones sociales- mejor de las que encontramos”.
4.- CON LA NATURALEZA de la cual el hombre constituye una parte especialmente responsable, tanto por tener el potencial para romper el equilibrio, como por contar con las herramientas que le pueden conducir a reestablecerlo.
5.- CON UN IDEAL, entendido como la realización y la vivencia de valores trascendentes como la solidaridad, la belleza, la justicia, etc.
El compromiso genuino y profundo con uno mismo ha sido interpretado por la psicología contemporánea como una integración armónica de los anteriormente mencionados. También las psicología ha comprobado que cuando el compromiso con uno mismo no tiene ese sentido de trascendencia “hacia fuera” de nuestro ser individual nos condena al aislamiento y la inmanencia.
El ser humano, nos dice Victor Frankl, si bien se realiza en su libertad que es el centro de si mismo, está como el ojo, necesariamente orientado hacia fuera. Un ojo que se ve a sí mismo está por definición enfermo, y sólo se realiza - se descubre vidente- en función del color y de la luz que son de suyo externos a él. Al ser humano le ocurre lo mismo: sólo encuentra plenitud e identidad en comunicación, cercanía y proyección hacia el mundo y hacia el otro.
Así pues, en ese proceso convertirnos en personas que es la propia vida, no podemos renunciar a la responsabilidad de ir descubriendo y definiendo compromisos. No podemos pasar sin considerar los ideales y los valores que nos invitan a la acción generosa, más que al discurso y a la contemplación
Nadie puede suplirnos en la tarea del compromiso. ni mucho menos imponérnosla, pero si queremos ser personas no podemos evadirnos de ella.
Tal vez hoy sea tiempo de redefinir compromisos.