Muchas de las sustancias alucinógenas generan dependencia en sus consumidores y la
situación de éstos se vuelve lamentable, han perdido su capacidad de reacción, son
incapaces de resolver los problemas por sí mismos, han perdido su libertad, son
manipulables por quienes les proporcionan la droga para satisfacer sus urgencias de
consumo, en fin de ha tornado cada vez menos humanos.
Tal vez podríamos equiparar la situación de un drogadicto que tiene la urgencia de
consumir para no sucumbir, con la situación de millones de personas que en pobreza
extrema , se vuelven dependientes del asistencialismo gubernamental para caer en una
crisis existencial.
Así como la drogadicción tiene componentes, siendo uno de ellos el proveedor de la
droga que de todas formas quiere generar la dependencia para obtener ganancias, el
otro es el consumidor dependiente; el asistencialismo también tiene sus componentes,
uno es el gobierno o algunas instituciones caritativas, el otro es la población en
situación de pobreza. Uno gana dinero, el otro quiere ganar votos
Por las noticias que se tienen pocos y posiblemente, ningún programa asistencial ha
dado lugar a la independencia económica de los destinatarios, por el contrario, estos
programas generan el conformismo, la apatía intelectual, anulan la creatividad para
asumir los problemas y resolverlos , hacen que el que los recibe se vuelvan
dependientes crónicos y el país pierda su fuerza creativa y constructiva, se vuelvan
adictos a la droga simplista del recibir sin mayor esfuerzo, al asistencialismo.
Posiblemente a los gobiernos les convenga las soluciones simples para apagar los
reclamos y el dar dinero o bienes consumibles es uno de esos medios. Lo más difícil es
indudablemente no dar bienes consumibles sino herramientas para el trabajo, pero será
lo más eficaz para generar independencia económica de los receptores de dichas
herramientas. Decía un sabido adagio chino,” No des un pescado sino enseña a pescar”
Los países que hicieron vida de ese adagio, hoy disputan el liderazgo mundial entre las
naciones de mayor desarrollo económico.
Se afirma que existen varias maneras de insertarse en el mundo económico: Crear algo
que se venda, hallar empleo, recibir donaciones, casarse con alguien que cubra el
presupuesto, recibir herencia o robar.
Estimo que la única forma valedera es crear algo que se pueda colocar en el mercado y
ello significa trabajar; las otras formas no solamente no dignifican mayormente al ser
humano en cuanto a su capacidad de respuesta, ni siquiera el empleo pues éste también
puede generar dependencia, mucho menos la última de las formas señaladas porque ella
constituye ya un delito. El asistencialismo se ubica en las otras formas, hace
prácticamente al hombre volver a una situación parasitaria y miserable que tiende a
contentarlo con migajas.
Ya dijimos que no ser asistencialista no es fácil, pero hay que pensar que si los
subsidios son negativos porque extraen recursos del bolsillo derecho para pasarlo al
izquierdo, igual los programas asistenciales emplean los pocos recursos que generamos
como contribuyentes para pasarlos a los bolsillos de los cuales no se pueden obtener
recursos para el Fisco; diremos que por ello no somos solidarios con la pobreza
extrema, yo diría que nuestra solidaridad asistencialista es equivocada. Seamos
solidarios sí, pero no regalemos bienes solo consumibles, proporcionemos herramientas
de tipo material y de conocimiento para los talleres de mecánica, de carpintería de
electricidad, de mecánica, de artesanía de gastronomía, de costura, de cosmetología y
peluquería, aparejados de la conveniente capacitación, den a los más necesitados l a
oportunidad de generar algo que puedan colocar en el mercado y ojo no le demos la
iniciativa a la burocracia porque ella puede matar los planes exigiendo requisito sobre
requisito, formulario sobre formulario. No busquemos certificados, busquemos que los
que recurran a los medios de capacitación gestiones el taller, enseñen y generen más
trabajo. Dejemos ya para siempre la dependencia , la droga del asistencialismo.
miércoles, 17 de febrero de 2010
Resumen “¿Extensión o Comunicación? Paulo Freire.
La primera preocupación a la que nos imponemos al comenzar este estudio es el someter la palabra "extensión" a un análisis crítico.
“Pedro es agrónomo y trabaja en extensión”, el sentido del término extensión en este contexto constituye el objeto de nuestro estudio.
El término “extensión” en esta acepción, indica la acción de extender, y de extender en su regencia sintáctica de verbo transitorio relativo, de doble complementación: extender algo a…
En esta acepción, quien extiende, extiende alguna cosa (objeto directo de la acción verbal) a o hasta alguien (objeto indirecto de la acción verbal) aquél que recibe el contenido del objeto de la acción verbal.
El término extensión, en el contexto: Pedro es agrónomo y trabaja en extensión (el término agrónomo en el contexto hace que se entienda por determinación el atributo agrícola del término extensión), significa que Pedro ejerce profesionalmente una acción que se da en una cierta realidad (la realidad agraria), que no existiría como tal, si no fuera por la presencia humana de ella. Su acción es, por lo tanto, la del extensionista, y de quien extiende algo hasta alguien. En el caso del extensionista agrícola, jamás se podría tener el sentido que, en esta afirmación, tiene el mismo verbo: “Carlos extendió sus manos al aire”.
El carácter no dialógico del término extensión, de las muchas características que tiene la teoría no dialógica de la acción, nos detendremos en una: Invasión cultural.
Toda invasión sugiere, obviamente, que un sujeto u objeto invade. Su espacio histórico-cultural, que le da su visión del mundo, en el espacio desde donde parte, para penetrar otro espacio histórico-cultural, imponiendo a los individuos de éste, su sistema de valores.
El invasor reduce a los hombres del espacio invadido, a meros objetos de su acción.
Las relaciones entre invasor o invasores, e invadidos, es que son relaciones autoritarias, sitúan sus polos en posiciones antagónicas.
El primero actúa, los segundos tiene la ilusión de que actúan, en la actuación del primero; éste dice la palabra; los segundos, prohibidos de decir la suya, escuchan la palabra del primero. El invasor piensa, en la mejor de las hipótesis, sobre los segundos, jamás como ellos; éstos son “pensados” por aquellos. El invasor prescribe, los invadidos son pasivos frente a su prescripción. Para que la invasión cultural sea efectiva, y el invasor cultural logre sus objetivos, se hace necesario que esta acción sea auxiliada por otras que, sirviendo a ella, sean distintas dimensiones de la teoría no dialógica.
Así es que toda, invasión cultura presupone la conquista, la manipulación y el mesianismo de quien invade.
Al ser la invasión cultural un acto en sí mismo de la conquista, necesita más conquistas para poder mantenerse.
La propaganda, las consignas, los “depósitos”, los mitos, son instrumentos, usados por el invasor, para lograr sus objetivos: persuadir los invadidos de que deben ser objetos de su acción, que deben ser presas dóciles de su conquista. Es necesario que el invasor quite significado a la cultura invadida, rompa sus características, la llene incluso de subproductos de la cultura invasora.
Otra característica básica de la teoría no dialógica es la manipulación.
Como forma dirigismo, que explora lo emocional de los individuos, la manipulación inculca en ellos la ilusión de actuar, o de que actúan en la actuación de sus manipuladores, de quienes hablamos previamente.
Estimulando la masificación, la manipulación se contradice con la afirmación del hombre como sujeto que sólo puede darse en la medida que, comprometiéndose en la acción transformadora de la realidad, opta y decide.
En verdad, manipulación y conquista, expresiones de la invasión cultural y, al mismo tiempo, instrumentos para mantenerla, no son caminos de liberación. Son caminos de “domesticación”.
Hay un argumento que no podemos dejar de lado y que, generalmente se nos presenta en los encuentros con agrónomos extensionistas. Argumento que pretende ser indestructible para justificar la necesidad de una acción no dialógica del agrónomo junto a los campesinos. Argumento, por tanto, que defiende la invasión cultural.
Nos referimos a la cuestión del tiempo, o según la expresión habitual de los técnicos, a la “pérdida de tiempo”.
Para gran parte (sino la mayor parte de los agrónomos) con quienes hemos participado en seminarios, en torno a los puntos de vista que estamos desarrollando en este estudio, “la dialogicidad no es viable”. “Y no lo es, en la medida en que sus resultados son lentos, dudosos”. “Su lentitud (dicen otros) a pesar de los resultados que pudiese producir, no se concilia con la premura que tiene el país en lo relativo a estímulos para la productividad”. “De este modo (afirman enfáticamente) que no se justifica esta pérdida de tiempo. Entre la dialogicidad y la antidialogicidad, nos quedamos con esta última, ya que es más rápida”
Frente a estas inquietudes así formuladas que son más que preguntas, afirmaciones categóricas, creemos que estamos frente a una defensa de la invasión cultural como única solución del agrónomo.
Juzgamos interesante (importante aún) detenernos a analizar estas afirmaciones, que presentadas o expresadas casi siempre bajo forma de preguntas.
Revela, indudablemente, una falsa concepción del cómo del conocimiento, que aparece como resultado del acto de depositar contenidos en “conciencias huecas”. Cuanto más activo sea aquel que deposita, y más pasivos y dóciles sean aquellos que reciben los depósitos, más conocimiento habrá.
Aún dentro de este razonamiento equívoco, estas afirmaciones sugieren el desconocimiento de los condicionantes histórico-sociológicos del conocimiento a que nos hemos referido varias veces. Olvidan que, aún cuando las áreas campesinas están siendo alcanzadas por la influencias urbanas a través de la radio, de la comunicación más fácil, por medio de los caminos que disminuyen distancias, conservan casi siempre ciertos núcleos básicos de su forma de estar siendo.
Estas formas de estar siendo se diferencian de las urbanas, aún en la manera de andas, de vestirse, de hablar, de comer que tiene la gente. Esto no significa que no puedan cambiar, significa simplemente que estos cambios no se dan mecánicamente.
Tales afirmaciones expresan también una innegable desconfianza en los hombres simples. Una subestimación de su poder de reflexionar, de su capacidad de asumir el papel verdadero de quien procura conocer: ser sujeto de esta búsqueda. De ahí la preferencia por transformarlo en objeto de “conocimiento” impuesta. También este afán de hacerlo dócil y paciente recibidor de “comunicados” que se le inyectan cuando el acto de conocer, de aprender, exige del hombre una postura impaciente, inquieta, no dócil. Una búsqueda que, por ser búsqueda, no puede conciliarse con la actitud estática de quien, simplemente, se comporta como depositario de saber. Esta desconfianza en el hombre simple revela, a su vez, otro equívoco: la absolutización de la ignorancia.
Para que los hombres simples sean considerados absolutamente ignorantes, es necesario que haya quien los considere así. Éstos, como sujetos de esta definición, necesariamente se clasifican, a sí mismo con aquellos que saben. Absolutizando la ignorancia de los otros en la mejor de las hipótesis, relativizan su propia ignorancia.
Equivocada también está la concepción según la cual el quehacer educativo es un acto de transmisión o de extensión sistemática de un saber.
La educación, por el contrario, no es la transferencia de este saber. La educación es comunicación, es diálogo, en la medida en que no es la transferencia del saber, un encuentro de sujetos interlocutores que buscan la significación de los significados.
Queda claro el razonamiento incorrecto que puede llevarnos a conducir el concepto de extensión: extender un conocimiento técnico hasta los campesinos, en el lugar de (por la comunicación eficiente) hacer del hecho concreto, al cual se refiera el conocimiento (expreso por signos lingüísticos), objeto de la comprensión mutua de los campesinos y los agrónomos.
Sólo así se da la comunicación eficaz, y solamente a través de ella puede el agrónomo ejercer con éxito su trabajo, que será coparticipando por los campesinos.
Por todo esto, una vez más estamos obligados a negar el término extensión y su derivado “Extensionismo”, las connotaciones del quehacer verdaderamente educativo que se encuentran en el concepto de comunicación.
Por lo tanto a la pregunta que da título, no a la primera parte del presente capítulo, sino a este ensayo ¿Extensión o comunicación?, respondemos negativamente a la extensión y afirmativamente a la comunicación.
“Pedro es agrónomo y trabaja en extensión”, el sentido del término extensión en este contexto constituye el objeto de nuestro estudio.
El término “extensión” en esta acepción, indica la acción de extender, y de extender en su regencia sintáctica de verbo transitorio relativo, de doble complementación: extender algo a…
En esta acepción, quien extiende, extiende alguna cosa (objeto directo de la acción verbal) a o hasta alguien (objeto indirecto de la acción verbal) aquél que recibe el contenido del objeto de la acción verbal.
El término extensión, en el contexto: Pedro es agrónomo y trabaja en extensión (el término agrónomo en el contexto hace que se entienda por determinación el atributo agrícola del término extensión), significa que Pedro ejerce profesionalmente una acción que se da en una cierta realidad (la realidad agraria), que no existiría como tal, si no fuera por la presencia humana de ella. Su acción es, por lo tanto, la del extensionista, y de quien extiende algo hasta alguien. En el caso del extensionista agrícola, jamás se podría tener el sentido que, en esta afirmación, tiene el mismo verbo: “Carlos extendió sus manos al aire”.
El carácter no dialógico del término extensión, de las muchas características que tiene la teoría no dialógica de la acción, nos detendremos en una: Invasión cultural.
Toda invasión sugiere, obviamente, que un sujeto u objeto invade. Su espacio histórico-cultural, que le da su visión del mundo, en el espacio desde donde parte, para penetrar otro espacio histórico-cultural, imponiendo a los individuos de éste, su sistema de valores.
El invasor reduce a los hombres del espacio invadido, a meros objetos de su acción.
Las relaciones entre invasor o invasores, e invadidos, es que son relaciones autoritarias, sitúan sus polos en posiciones antagónicas.
El primero actúa, los segundos tiene la ilusión de que actúan, en la actuación del primero; éste dice la palabra; los segundos, prohibidos de decir la suya, escuchan la palabra del primero. El invasor piensa, en la mejor de las hipótesis, sobre los segundos, jamás como ellos; éstos son “pensados” por aquellos. El invasor prescribe, los invadidos son pasivos frente a su prescripción. Para que la invasión cultural sea efectiva, y el invasor cultural logre sus objetivos, se hace necesario que esta acción sea auxiliada por otras que, sirviendo a ella, sean distintas dimensiones de la teoría no dialógica.
Así es que toda, invasión cultura presupone la conquista, la manipulación y el mesianismo de quien invade.
Al ser la invasión cultural un acto en sí mismo de la conquista, necesita más conquistas para poder mantenerse.
La propaganda, las consignas, los “depósitos”, los mitos, son instrumentos, usados por el invasor, para lograr sus objetivos: persuadir los invadidos de que deben ser objetos de su acción, que deben ser presas dóciles de su conquista. Es necesario que el invasor quite significado a la cultura invadida, rompa sus características, la llene incluso de subproductos de la cultura invasora.
Otra característica básica de la teoría no dialógica es la manipulación.
Como forma dirigismo, que explora lo emocional de los individuos, la manipulación inculca en ellos la ilusión de actuar, o de que actúan en la actuación de sus manipuladores, de quienes hablamos previamente.
Estimulando la masificación, la manipulación se contradice con la afirmación del hombre como sujeto que sólo puede darse en la medida que, comprometiéndose en la acción transformadora de la realidad, opta y decide.
En verdad, manipulación y conquista, expresiones de la invasión cultural y, al mismo tiempo, instrumentos para mantenerla, no son caminos de liberación. Son caminos de “domesticación”.
Hay un argumento que no podemos dejar de lado y que, generalmente se nos presenta en los encuentros con agrónomos extensionistas. Argumento que pretende ser indestructible para justificar la necesidad de una acción no dialógica del agrónomo junto a los campesinos. Argumento, por tanto, que defiende la invasión cultural.
Nos referimos a la cuestión del tiempo, o según la expresión habitual de los técnicos, a la “pérdida de tiempo”.
Para gran parte (sino la mayor parte de los agrónomos) con quienes hemos participado en seminarios, en torno a los puntos de vista que estamos desarrollando en este estudio, “la dialogicidad no es viable”. “Y no lo es, en la medida en que sus resultados son lentos, dudosos”. “Su lentitud (dicen otros) a pesar de los resultados que pudiese producir, no se concilia con la premura que tiene el país en lo relativo a estímulos para la productividad”. “De este modo (afirman enfáticamente) que no se justifica esta pérdida de tiempo. Entre la dialogicidad y la antidialogicidad, nos quedamos con esta última, ya que es más rápida”
Frente a estas inquietudes así formuladas que son más que preguntas, afirmaciones categóricas, creemos que estamos frente a una defensa de la invasión cultural como única solución del agrónomo.
Juzgamos interesante (importante aún) detenernos a analizar estas afirmaciones, que presentadas o expresadas casi siempre bajo forma de preguntas.
Revela, indudablemente, una falsa concepción del cómo del conocimiento, que aparece como resultado del acto de depositar contenidos en “conciencias huecas”. Cuanto más activo sea aquel que deposita, y más pasivos y dóciles sean aquellos que reciben los depósitos, más conocimiento habrá.
Aún dentro de este razonamiento equívoco, estas afirmaciones sugieren el desconocimiento de los condicionantes histórico-sociológicos del conocimiento a que nos hemos referido varias veces. Olvidan que, aún cuando las áreas campesinas están siendo alcanzadas por la influencias urbanas a través de la radio, de la comunicación más fácil, por medio de los caminos que disminuyen distancias, conservan casi siempre ciertos núcleos básicos de su forma de estar siendo.
Estas formas de estar siendo se diferencian de las urbanas, aún en la manera de andas, de vestirse, de hablar, de comer que tiene la gente. Esto no significa que no puedan cambiar, significa simplemente que estos cambios no se dan mecánicamente.
Tales afirmaciones expresan también una innegable desconfianza en los hombres simples. Una subestimación de su poder de reflexionar, de su capacidad de asumir el papel verdadero de quien procura conocer: ser sujeto de esta búsqueda. De ahí la preferencia por transformarlo en objeto de “conocimiento” impuesta. También este afán de hacerlo dócil y paciente recibidor de “comunicados” que se le inyectan cuando el acto de conocer, de aprender, exige del hombre una postura impaciente, inquieta, no dócil. Una búsqueda que, por ser búsqueda, no puede conciliarse con la actitud estática de quien, simplemente, se comporta como depositario de saber. Esta desconfianza en el hombre simple revela, a su vez, otro equívoco: la absolutización de la ignorancia.
Para que los hombres simples sean considerados absolutamente ignorantes, es necesario que haya quien los considere así. Éstos, como sujetos de esta definición, necesariamente se clasifican, a sí mismo con aquellos que saben. Absolutizando la ignorancia de los otros en la mejor de las hipótesis, relativizan su propia ignorancia.
Equivocada también está la concepción según la cual el quehacer educativo es un acto de transmisión o de extensión sistemática de un saber.
La educación, por el contrario, no es la transferencia de este saber. La educación es comunicación, es diálogo, en la medida en que no es la transferencia del saber, un encuentro de sujetos interlocutores que buscan la significación de los significados.
Queda claro el razonamiento incorrecto que puede llevarnos a conducir el concepto de extensión: extender un conocimiento técnico hasta los campesinos, en el lugar de (por la comunicación eficiente) hacer del hecho concreto, al cual se refiera el conocimiento (expreso por signos lingüísticos), objeto de la comprensión mutua de los campesinos y los agrónomos.
Sólo así se da la comunicación eficaz, y solamente a través de ella puede el agrónomo ejercer con éxito su trabajo, que será coparticipando por los campesinos.
Por todo esto, una vez más estamos obligados a negar el término extensión y su derivado “Extensionismo”, las connotaciones del quehacer verdaderamente educativo que se encuentran en el concepto de comunicación.
Por lo tanto a la pregunta que da título, no a la primera parte del presente capítulo, sino a este ensayo ¿Extensión o comunicación?, respondemos negativamente a la extensión y afirmativamente a la comunicación.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)